martes, 20 de marzo de 2012

De políticos a izquierda y derecha


Adolfo Pérez-Rubalcaba PSOE
J.-L. Rodríguez Zapatero
        


Mariano Rajoy -PP



Artur Mas-CIU
A. Ruiz-Gallardón PP
“Los políticos cuyo único o principal objetivo es llegar al poder tienden a ser oportunistas, a asegurar y a engañar para tranquilizar al votante. El comportamiento del partido conservador [británico], abandonando su política tradicional, no cumpliendo sus promesas y traicionando las causas de muchos de sus sostenedores, está plenamente justificado si con ello consigue retener el poder para la clase tradicionalmente dominante, y con ello defiende el stablishment. Tranquilizar y engañar son tácticas que pertenecen a la gran tradición conservadora, que ha servido a la clase dominante inglesa para adaptarse a las circunstancias cambiantes, pero si un partido de izquierda adopta estas tácticas, se destruye a sí mismo.


p. 14, El socialismo en la sociedad opulenta, R.H.S. Crossman, editorial ZYX, trad. de Enrique Barón, 1966.

viernes, 16 de marzo de 2012

El día de mañana, entrevista a Ignacio Martínez de Pisón



ENTREVISTA A IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN
EL DÍA DE MAÑANA, Seix Barral, 2011

«Los buenos libros responden a obsesiones y heridas ocultas que están o no están en el corazón del escritor pero que nadie puede imponerle.»

El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón, como Enterrar a los muertos, ambas publicadas por la editorial Seix Barral, me parece una novela destinada a convertirse en obra de referencia sobre la Transición española. Para el lector extranjero, la novela supone un auténtico festín de datos sobre la época, bien  integrados en la trama.



Como es habitual en el estilo de Martínez de Pisón, bajo la sencillez aparente se tratan temas muy complejos. Los personajes se presentan como identidades cerradas –excepto la del chivato Justo, que suma más y más perfiles conforme avanza la trama--, pero al lector le resultan más ambiguos de lo que parecen. La novela narra la vida del un chivato de la policía, Justo Gil, en Barcelona, mediante el recurso de los monólogos de distintos personajes, que narran su relación con él. En la mayoría de casos, mantuvieron relación directa con él. Como si hablaran a cámara, relatan no solo sus propias vidas, también la abyección del franquismo, que parece encarnarse en la progresiva degradación de este chivato. Es el reverso de los terroristas de izquierdas -como narra magistralmente la película Carlos, de Olivier Assayas--, aunque coinciden en un mismo patético final: una vez dejan de servir al sistema que los promovió, son arrumbados como reliquias históricas y sacrificados.

La entrevista fue vía mail. Me habría gustado que Ignacio Martínez de Pisón se explayara más en sus respuestas, pero venía de la tournée de presentación oficial de la novela y quiero creer que la parquedad es fruto del agotamiento.


Empezando por el título, El día de mañana, casi todo en la novela puede entenderse en varios sentidos. ¿Por qué este título?
El famoso último parte de guerra de Franco empezaba diciendo: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo...» Si el franquismo fue durante casi cuarenta años un interminable día de hoy, lo que tenía que venir después, es decir, la democracia, sería el día de mañana. Era una expresión muy de la época. Todo parecía estar en un estado de provisionalidad, a la espera de que llegara por fin ese día de mañana que tenía que cambiarlo todo.

 ¿La novela es un aviso para que no se desprecie la democracia española en un momento tan difícil como el actual? ¿Querías desmitificar la leyenda sobre la Transición española como período de modélica entente entre distintas tendencias políticas? una idea que se ha impuesto como coletilla periodística/televisiva.
Quienes vivimos aquellos años sabemos lo débil que era entonces la democracia española, tutelada por un ejército mayoritariamente franquista. El intento de golpe de estado de 1981 demostraría poco después que todo podía haberse ido al garete en cualquier momento. La Transición, por supuesto, no fue perfecta. Pero lo importante es que se consiguió pasar de una prolongada dictadura militar a una democracia homologable con las europeas.

¿Por qué te atrajo la figura del chivato? En una entrevista con Antón Castro dices que si hubieses dejado hablar a Justo, lo que dijeran los otros sería redundante.

Pero Justo Gil, que es miembro del proletariado, de la emigración, es el subalterno silenciado por excelencia. Él es, desde otro punto de vista, un narrador arbitrario, que narra para sus propios fines; durante años estuvo narrando “la vida de los otros”, y ahora una parte de ellos se convierte a su vez en narrador. Quiero creer que también tergiversan y que tampoco cuentan toda la verdad.

La figura del chivato me servía para mostrar la temperatura moral de un régimen esencialmente perverso, como toda dictadura. Que alguien como él pueda profesionalizarse en una actividad así (la denuncia de personas que intentan ejercer derechos democráticos) habla a las claras de cómo era el franquismo, y ni siquiera me ha hecho falta recurrir al tremendismo gore de las torturas y los malos tratos en las comisarías. El envilecimiento de Justo Gil es en buena medida el envilecimiento del régimen.

¿Cómo te sentías al jugar con todos esos narradores / al crear ese laberinto de información?  ¿Cómo o por qué decidiste que la polifonía de voces era la forma y la estructura que te convenía?
Quería ampliar el territorio del relato, no limitarlo a un par de personajes centrales. Tenían que ser muchos los personajes que, a la vez que nos hablaban de Justo, nos contaran sus propias vidas. Así podía componer un fresco de lo que fue aquella sociedad en aquel momento histórico determinado. Por otro lado, para un novelista es muy estimulante la experiencia de juntar vidas y personajes. Eso te permite jugar con el perspectivismo, hacer que sus peripecias dialoguen involuntariamente entre ellas, compensar los registros trágicos con los más ligeros...

En Enterrar a los muertos tratabas un tema poco frecuentado, el de las maniobras de los comunistas rusos para deshacerse de los anarquistas durante la guerra civil española (a fin de imponernos el alegre sistema de vida bolchevique).

La víctima propiciatoria era un inocente, el traductor español José Pazos, y quien investiga su desaparición es el novelista norteamericano John Dos Passos, que a raíz del trágico episodio abandonó sus simpatías comunistas y se convirtió en anticomunista radical. La historia es un relato moral sobre la amistad y sus compromisos.

En El día de mañana se diría que es todo lo contrario, se tiene el cuerpo de Justo, un tipo sin amigos, pero solo se llega a saber quién es y por qué hizo lo que hizo reuniendo información. 

Hay algunos paralelismos pero también una diferencia esencial: quienes mataron a Robles no se consideraban a sí mismos delincuentes sino héroes de la Revolución, su brazo armado, en cierta medida su aristocracia; en cambio, Justo no tiene ninguna justificación ennoblecedora a la que agarrarse.




Ignacio Martínz de Pisón, Zaragoza, 1960

 ¿Fue Enterrar a los muertos un punto de inflexión en tu trabajo o el cambio a una perspectiva de alcance histórico más amplio se produjo antes?
Desde Carreteras secundarias hay en mis novelas una presencia cada vez mayor de la realidad histórica y social del momento. Pero es verdad que en Enterrar a los muertos esa presencia se convierte en protagonista central y que, desde entonces, mis novelas se han acostumbrado a incorporar elementos de nuestra historia colectiva: la presencia de los voluntarios mussolinianos en la Guerra Civil en Dientes de leche, los oscuros manejos de la Brigada Social en El día de mañana...

¿Qué escritores españoles te han interesado, influido, al adentrarte en la desmitificación de la Transición española?
Sobre la Transición lo que más hay son libros de carácter testimonial y autobiográfico que para los fines que yo me había marcado no podían servirme de gran ayuda. No conozco novelas sobre la Transición que hayan descendido a las cloacas de la represión.

Muchos elementos de El día de mañana evocan al neorrealismo italiano, especialmente ciertos personajes, como esas dos figuras lastimosas que forman Justo y su madre alelada a la que él adora; la familia con el niño enfermo y sus excursiones a Sant Miquel del Fai donde ejercen unas milagreras; Hilario Lazcano, el esquizofrénico que se pasea con una tortuga; la prostituta que deja a su hijo en un orfanato pero envía dinero para mantenerlo; los inocentes palindromistas, y el mismo Justo es un vivales, un pícaro metido en asuntos que le vienen grandes. La cultura italiana está muy presente en tu obra, me parece que incluso Carmen Román, esa alma bella que cautiva a Justo, es un eco de las figuras femeninas redentoras, que vemos en películas como Accatone, que sacan a flote lo mejor de hombres sin escrúpulos. Se diría que todos inspiran compasión y su perspectiva de la vida cambia al intervenir Justo. También contrasta con la vida y la moral de los ricos.
Es probable que esa influencia esté presente, porque siento verdadera debilidad por muchas de las películas del neorrealismo italiano. Ese afán de supervivencia en tiempos difíciles que muestran muchos de mis personajes es habitual en el cine neorrealista.

¿Cuál es tu personaje favorito y cuál el que te repugna más?
Mis personajes favoritos de la novela son Carme Román y el policía Mateo Moreno, personajes positivos los dos, aunque cada uno a su manera. En una novela como El día de mañana, construida en torno a la figura de un personaje degradado, negativo, hacían falta personajes así.

El personaje del inspector de policía, Mateo Moreno, ¿se basa en algún personaje real o es la suma de varios? Su sinceridad me resulta sospechosa y, aunque su psicología me parece muy coherente en relación a su origen social, no entiendo por qué sale tan bien parado. Me parece que induces al lector a creer lo que dice como testimonio próximo a Justo, pero es un personaje muy autoindulgente (siempre barre para casa) y el que tiene palabras más duras hacia su «protegido».
Todos, cuando hacemos recuento de nuestro pasado, tendemos a iluminar más unos episodios que otros para dar una imagen favorecedora de nosotros mismos. Creo que eso es lo que hace Mateo. Sin embargo, no hay motivos para desconfiar de lo que nos cuenta. Mateo pertenece a la última hornada de policías de la Brigada Social, hombres que no habían vivido la Guerra Civil y que podían justificar su trabajo con la excusa de la profesionalidad. Muchos de los policías jóvenes del tardofranquismo eran como él.

Elvira Solé me parece uno de los personajes más originales de la novela. Se saca el carnet de conducir y lleva a su jefe, el constructor Nebot, de aquí para allá, obtiene así información de primera mano, pero no se deja “contaminar” por la cercanía del poder. Siempre fiel a sus orígenes, critica duramente a los pijos habituales del Bocaccio y sus publicitados devaneos comunistas. Tampoco se deja seducir por el Rata. ¿Qué representan sus críticas?

Se diría que es uno de los pocos testimonios fiables, perspicaz y lúcida, muy enraizada en sus orígenes, el retrato de esos supuestos luchadores antifranquistas resulta demoledor. ¿Has creído necesario desmitificar de una vez a la gauche divine, otro mito establecido como lo de la «modélica Transición española»? Se diría que son los que menos gasto en lucha hicieron y los que mayor rendimiento simbólico, posición y reconocimiento han obtenido.

No he pretendido desmitificarles, sólo retratarles. En un fresco de la época como el que yo me propuse hacer, no podían faltar. Pero es cierto que, para chicas de clase media baja como Elvira, ése era un mundillo cerrado al que sabían que no podían aspirar a entrar. El clasismo seguía existiendo incluso dentro de la oposición al franquismo clasista.

Hay puntos graciosos por toda la novela, como cuando Elvira Solé dice que a estos niños bien les dio por vestir con desaliño; podían llevar ropa barata porque lo que les vestía eran las ideologías a la moda: comunismo, existencialismo. Eran ideologías caras porque había que comprarlas en el extranjero.
En realidad, lo que distinguía a ese grupo era su mayor información con respecto a lo que pasaba en Europa. España y lo español eran algo verdaderamente mugriento, y todo lo que venía de fuera resultaba atractivo, seductor.


Por suerte, en literatura, al menos en la literatura que a mí me interesa, no hay directrices que valgan. Los buenos libros responden a obsesiones y heridas ocultas que están o no están en el corazón del escritor pero que nadie puede imponerle.

Te ríes de las protofeministas, como esa Chantal que vuelve al redil tras su paso por la comisaría.
En ese episodio no hablo tanto de feminismo como de sexo, del sexo considerado como un acto de resistencia política. Entre los antifranquistas había quien lo consideraba así y también quien estaba en contra. En el encierro de Montserrat, la actitud provocadora de Terenci Moix sentaba mal a los muy solemnes representantes del catalanismo católico.

Hay personajes muy perversos, como el señor Nebot. Es la Barcelona del alcalde Porcioles, la de la especulación y el boom inmobiliario. Crees que ha cambiado mucho Barcelona en este sentido? ¿Cuánto queda de esa Barcelona en los políticos de la Cataluña presente?
Mal que nos pese, la corrupción no es una característica exclusiva de los regímenes dictatoriales. Los años anteriores a esta crisis económica lo demostraron. Y esos compadreos entre el alcalde franquista de Barcelona y sus amigos constructores no son muy distintos de compadreos más recientes.

El período que se narra es el de las postrimerías del franquismo 1962-1978. Cuando la muerte de Franco se vio inminente todo el que buscaba algo de poder –derechas o izquierdas— tuvo que posicionarse. Es de lo más interesante lo que cuentas acerca de los movimientos de la ultraderecha en Cataluña, y su financiación. Dónde están todos esos aristócratas adictos a Franco, dónde los Padrinos, a quién votarán ahora…
Algunos de los personajes que menciono vinculados a la ultraderecha existieron realmente. Por ejemplo, Miguel Gómez Benet, el Padrino, vinculado a varios atentados, que murió muy pocos años después. En cuanto a los policías que daban cobertura a esos grupos, sólo hay que recordar que cosas así siguieron ocurriendo años después, incluso con gobiernos socialistas.

¿En qué consistió la aportación del periodista Xavier Vinader a la novela?
Vinader es un hombre que no sólo fue testigo y cronista sino también protagonista de muchas cosas que pasaron aquellos años. Recordemos que tuvo que refugiarse en Francia debido a unos reportajes que había publicado . Sus puntos de vista me han ayudado mucho. Además, gracias a él conseguí algunos testimonios valiosos de expolicías, antiguos activistas, historiadores especializados en ese período...

Precisamente la “perspectiva italiana” [de Martínez de Pisón] explicaría que prestes atención a los atentados brutales de signo ultraizquierdista, como los que costaron la vida al empresario Bultó y al matrimonio Viola. En esos mismos años precisamente, Italia vivía los llamados años negros, años de plomo, con atentados fascistas y ultracomunistas… muy desestabilizadores. Me gustaría que comentaras tu interés por este aspecto, el de la Internacional terrorista del momento.
A las convulsiones propias del cambio de régimen en España había que añadir las que se vivían en el ámbito europeo, en el que la violencia política gozaba de mucho prestigio entre los grupos extremistas. Y esa violencia europea traspasaba las fronteras con facilidad. Pistoleros italianos como los que aparecen en mi novela estuvieron presentes, por ejemplo, en Montejurra. 
Misa en la Iglesia de San Vicente de Sarria por el alma de José María Bultó, víctima de un atentado en 1977. EFE/Archivo

En los años en que transcurre la novela, mi familia se trasladó a vivir a Barcelona. Tenía yo unos 12 años y nos instalamos provisionalmente en la Plaza Real. Mientras mi familia buscaba piso en un lugar menos interesante, yo veía desde el balcón toda la agitación política a la muerte de Franco, concentrada en las Ramblas. En los bares de la plaza Real se reunían los estudiantes –algunos vestidos con Lacoste, Wrangler, Levi´s y Fred Perry—a cantar L´estaca o La gallineta, de Lluís Llach. A las nueve se retiraban ordenadamente para –supongo-- cenar en sus casas. Un par de domingos, por la tarde vi llegar coches, que daban velozmente la vuelta a la plaza y desde dentro dispararon contra la gente sentada en las terrazas. Sonaban a ráfagas. Incluso a mí me pareció una manera exagerada de invitarlos a irse con la música a otra parte. Ninguna de las dos veces llegó luego un coche de policía. ¿Gozaba de impunidad la ultraderecha?
Las bandas de ultraderecha fueron en buena medida una invención policial. Sin el apoyo y la promesa de impunidad que entonces sólo podía ofrecer la policía, esas bandas difícilmente habrían llegado a existir. Supongo que, en el complicado ajedrez de la época, alguien pensó que para neutralizar una violencia política de un signo lo mejor era fomentar la violencia política del signo contrario. Lo cierto es que, cuando la existencia de las bandas de ultraderecha dejó de servir a esa estrategia, desaparecieron sin dejar rastro.

Con respecto a la generación anterior a la tuya, que se ha puesto todas las medallas de la lucha antifranquista, y a la que te sigue, que ya sólo escribe de oídas y de leídas –Isaac Rosa con El vano ayer, o Gonzalo Torné, con Hilos de sangre—, ¿qué rasgo crees que define a tu generación o tu punto de vista como escritor sobre la época?
Yo nací a finales de 1960 y, por una simple cuestión de edad, no viví la lucha antifranquista. Pero aquellos años de finales del franquismo y principios de la Transición fueron los años de mi adolescencia, los años en que me formé como persona. Cuando escribo sobre esa época, estoy indirectamente indagando sobre mí mismo, sobre las circunstancias que han contribuido a hacerme como soy. Lo que creo que más me marcó fue la percepción de la extrema vulnerabilidad de la democracia. Si la generación anterior a la mía empezó abrazando sueños revolucionarios, la mía sólo aspiraba a vivir en una democracia parlamentaria consolidada y libre de la tutela militar. A lo mejor eso explica la naturaleza radicalmente antiépica de mis novelas sobre ese período.


Mayo de 2011
 todos los derechos sobre el texto: María-José Furió